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Un nauseabundo banquete

 

 

Un momento gastronómico literario y muy existencialista es el que se desarrolla en la novela La Náusea de Jean Paul Sartre. Uno de los sucesos que el personaje principal, Antoine Roquentin, va consignando en su diario personal es la comida a la que es invitado por el Autodidacto, compañero de mesa de lectura en la biblioteca de la pequeña ciudad de Bouville.

 

   No es una comida propiamente de amigos la del Autodidacto y Antoine Roquentin, pero sí de personas que tienen la confianza de conversar de los libros y los temas que causan cierto interés, es propiamente una conversación intelectual más que amistosa la que va a conducir el degustar de estos dos personajes de un menú de cocina burguesa, es decir, una comida de restaurante.

 

   Una comida de menú y comensal de fijo (el Autodidacto) en la Casa Bottanet, que compra mensualmente 20 tarjetas para las comidas de lunes a viernes por un precio fijo de 8 francos, con lo que se ahorra 20 francos que bien puede destinar para una invitación a comer (con la posibilidad de pagar extras que no están incluidos en este menú de cocina burguesa) con una persona que tendrá una charla agradable, que es lo que espera de una buena comida burguesa, aderezarla con una buena conversación alguien que todos los días come solo, únicamente acompañado por su libro, ya que no hay mejor conversación a solas que con un buen libro.

 

“Casa Bottanet. cocina burguesa.

“Almuerzo a precio fijo: 8 francos.

“Entremeses a elección.

“Carne aderezada.

“Queso o postre.

“140 francos las 20 tarjetas.

 

   Como se aprecia en la promoción del almuerzo, el menú consiste de tres tiempos: entremés, plato fuerte y postre, cada tiempo tiene su serie de posibilidades a elegir y ahí es donde se va a dar el punto de tensión entre el anfitrión: el Autodidacto y su invitado: Antoine Roquentin al no dejar la libre elección de su invitado en un afán de complacencia y de brindarle como anfitrión, lo mejor de la carta, lo indispone para la conversación.

 

   Comer es un proyecto existencial, el mismo Sartre en El ser y la nada señala:

 

     "(N)o es indiferente desear ostras o almejas, caracoles o camarones, a poco que sepamos desenredar la significación existencial de esos alimentos. De una manera general, no hay gusto ni inclinación irreductibles. Todos ellos representan una cierta elección aproximativa del ser"*

 

   El Autodidacto no deja que su invitado se aproxime a lo que quiere ser en su elección personal y le impone una posibilidad de ser con su elección como anfitrión a partir de lo que es su propio gusto de lo que considera lo mejor para su invitado.

 

   ¿Qué es lo que el invitado desea, qué es lo que expresa verbalmente el invitado como resistencia al gusto del anfitrión y qué es lo que tiene que terminar degustando el invitado por complacer a su anfitrión? Si nos detuviéramos a pensar en esos detalles ante una comida que ofrecemos, terminaríamos por no ofrecer nada.

 

   Por la manera en que el invitado del Autodidacto sabe anticipadamente que su elección ya está hecha de antemano por el anfitrión, y la manera en que el anfitrión va conduciendo al invitado hacia lo que, como anfitrión desea obsequiarle, el invitado ya sabe que no se cumplirá la expectativa del invitado, todo por la insistencia del anfitrión de ser un excelente anfitrión.

 

   En la primera entrada las posibilidades son: cinco rebanadas de salchichón o rábanos o langostinos o un platito de apio y remolachas, el invitado desea salchichón, el anfitrión ofrece caracoles de Borgoña (considerados, hasta el momento actual, una delicia gastronómica: se prepara una mantequilla con chalotas, hierbas finas, algún licor, sal y pimienta, se disponen los caracoles, previamente cocidos, con una capa de esa mantequilla en el fondo de la concha, se agrega el caracol, se cubre con mantequilla y se hornean) ante la negativa del invitado, por tan espléndido platillo, contra ofrece ostras y sin esperar más respuesta negativa de su invitado, ni reparar en el costo (4 francos extra) para su ahorro cotidiano, encarga ostras para su ilustre invitado y rábanos para él, aunque su invitado termine aclarando que también le gustan los rábanos.

 

 

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Caracoles Borgoña

 

   En la elección de la segunda entrada, el invitado ya sabe lo que el anfitrión eligirá para él, en contra de su antojo por el buey estofado, el anfitrión pide un pollo a la cazadora, sí, otro de los platillos que no está en la lista del menú pre-pagado, además de la jarra de vino rosado de Anjou, para sorpresa-enfado de la mesera que no le gusta verse sorprendida en la elección de lo que cotidianamente piden los comensales, porque implica un desarreglo en el servicio.

 

   Esta situación de elección forzada ante lo que prefiere alguien degustar o no, va a provocar lo que será La Náusea final del personaje de la novela, que se manifestará inicialmente con cierta indiferencia en la conversación por parte del invitado, indiferencia que se percibe en el detalle de que el invitado de pronto se percata de "una fuentecita de estaño con una pierna de pollo nadando en una salsa oscura. Hay que comer eso", termina pensando. Entonces comer deviene en algo que debe hacer más que algo que desee hacer.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buey estofado

 

"Tengo que comer el pollo, debe de estar frío. El Autodidacto ha terminado hace mucho y la criada aguarda para cambiar los platos."

 

En tanto se va enfriando la comida en el plato, se va enfriando el ánimo de la conversación amable y amistosa, hasta llegar el punto que el invitado se siente invadido por una inmensa sensación de cólera.

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Pollo a la cazadora

 

   "Sí, una cólera de enfermo; me temblaban las manos, la sangre me subió a la cara, y para terminar, también mis labios comenzaron a temblar. Todo esto simplemente porque el pollo estaba frío. Además, yo también estaba frío, helado. La cólera me traspasó como un torbellino; era una especie de escalofrío, un esfuerzo de mi consciencia para reaccionar, para luchar con ese descenso de temperatura."

 

   Llega a tal punto de frialdad conjugada con el cálido enojo que en cierto momento tiene "la penosa impresión de ser un bloque de hielo envuelto en llamas, una omelette-surprise." Es decir, un merengue con una bola de helado en el centro y horneado. En la tradición poética del idioma español, Francisco de Quevedo (1580-1645) nos había hablado de esa paradójica sensación en los versos de uno de sus sonetos más gustados:

 

"Es hielo abrasador, es fuego helado,

es herida que duele y no se siente"

 

   Así comienza el soneto y líneas más abajo se encuentra el siguiente verso:

 

"un andar solitario entre la gente"

 

   De los momentos descritos en el diario de Antoine Roquentin, los pasajes donde describe su andar solitario entre la gente son la constante que mueve el relato. Y qué decir de la tensión que vive repetidamente el personaje de La Náusea ante su sensación de libertad para hacer lo que desea, contrastada con ese su no desear ya nada en la existencia al tenerlo todo de cierta forma y los siguientes versos de Quevedo del soneto mencionado:

 

"Es una libertad encarcelada,

que dura hasta el postrero paroxismo"

 

   Ese paroxismo es lo que provoca la cólera que invade al invitado y que de pronto se desvanece, pero lo deja en tal estado de indiferencia ante las apasionadas confesiones de su anfitrión que llega éste a acusarlo de misantropía y por haberlo defraudando, manifestará su enojo renunciando al postre, mientras el invitado pedirá queso.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Omelette surprise

 

   "Contemplo al autodidacto con un poco de remordimiento: se recreó toda la semana imaginando este almuerzo en el que podría participar a otro hombre su amor a los hombres. Tiene tan pocas ocasiones de hablar. Y yo le agüe el placer."

 

   Porque entra en crisis el invitado y ya no puede más que sentir que llega La Náusea de nuevo con otro arrebato de cólera y no puede continuar degustando el queso Camembert que le lleva la mesera, llega al punto de empuñar inconscientemente el cuchillo de la mantequilla y tener pensamientos muy poco gastronómicos al cruzar por su mente que muy bien podría hundir el cuchillo de la mantequilla en un ojo del Autodidacto es cuando considera que lo mejor es soltar el cuchillo ruidosamente sobre el plato del queso al levantarse intempestivamente y abandonar el restaurante, dejando al anfitrión, ahí solo en la mesa, sin un gesto de agradecimiento.

 

   ¿De qué otra manera podía terminar una comida en un relato titulado La Náusea?

 

 

El menú de dicha comida consistió en:

 

Entremés:

ostras

o

rábanos

 

Carnes:

Buey estofado

o

Pollo a la cazadora

 

Postre:

Queso

Camembert

 

Vino:

Rosado de Anjou

 

 

--*J.P.Sartre, L'Être et le nêant, Gallimard, París, 1848, p 707.

--"Antropología de los hábitos alimentarios”, J. Cruz Cruz. --Tratado de la nutrición, M. Hernández Rodríguez y A. Sastre Gallego, Ed. Díaz de Santos, Madrid, 1999.

--J. P. Sartre, La Náusea, Losada, Buenos Aires, decimocuarta edición, 1973.

 

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Adela H.R.

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